Han pasado muchos meses y esta reflexión andaba rondando mi cabeza y por fin logré encontrar el espacio para exorcizarla. La pandemia nos ha llevado por un camino extraño y posiblemente sin retorno, pensábamos que todo volvería a la normalidad, pero eso cada vez parece más lejano. Hace poco escuché un artista decir que: “por primera vez en su vida estaba a destiempo”; pues simplemente lo estamos y lo estaremos por mucho tiempo. Ante el estreno más aplazado de toda mi carrera, esta semana la película Lavaperros que rodamos en el 2018 tendrá su salida comercial en cines de toda Colombia, han pasado tres años de larga espera, muchos ya tuvieron la fortuna de verla en Netflix, pero sin duda esta película se pensó, se soñó y se rodó cada plano con un fin claro, que algún día fuera proyectada en un teatro.
Esa obsesión por el cine viene desde que estaba en mi adolescencia, donde podía ver las películas que llegaban al cine México, al teatro Calima o al Bolívar; crecí enamorado de las imágenes, sin saber o imaginar que algún día podría estudiarlas, diseñarlas y crearlas en un ritual casi artesanal y pasional. Ese gusto por las imágenes, se potenció en la Universidad del Valle, que fue el laboratorio ideal donde se cultivaron los proyectos más arriesgados, video clips, cortos, documentales y largos, que al poco tiempo se concretaron; aquí también se gestaron las amistades más duraderas y fuertes, donde, personalmente, tuve la fortuna de encontrar el respaldo, la complicidad y el apoyo de amigos para los proyectos futuros. Carlos Moreno fue uno de ellos, y con él hemos viajado juntos en esta zozobra por buscar imágenes poderosas y ángulos insospechados hasta para un perro que mira la cámara.
Perro come perro, fue nuestra ópera prima en el cine, y tal vez la experiencia más alucinante y especial en años: poder ver nuestra primera película rodada en Súper 16 mm, en el mítico teatro Egyptian en Sundance 2008 en “premiere” mundial, dejaría una marca en los procesos por seguir, que ha perdurado, y que he ganado en mayor respeto y admiración por este oficio, por esta maravillosa oportunidad de contar historias a través del cine. Fue tal la acogida de esta ópera prima, que años después muchos preguntaban cuándo nos volveríamos a juntar para hacer una peli del mismo género, o por lo menos del mismo universo.
Doce años después, llegó el momento de Lavaperros, una de esas películas que trae un camino lleno de dudas, ¿cómo hacerla diferente a Perro come perro?, ¿cómo mantener su esencia y su espíritu?, ¿cómo transitar por el mismo camino sin repetir la misma fórmula visual, o los mismos recursos que sabíamos que funcionaban?; –pues de eso se trataba–, ya que el reto era poder construir sobre ciertos pilares una propuesta visual completamente diferente y particular.
Y ya que la pasión continúa, pensaría uno que con los años se gana experiencia y capacidad de resolver –puede ser–, pero la duda nunca se va, siempre rondando en la cabeza, jugando a desbaratar lo que se ha diseñado por meses o semanas. Esa duda siempre estará presente, no hay que luchar contra ella, tal vez el camino que me ha funcionado es el de aprovechar esa inevitable duda para tener cuidado, para preparar al máximo las condiciones y que las escenas se rueden como las imaginamos.
Y hago un paréntesis, porque nos acostumbramos a transitar en arenas movedizas, llenas de obstáculos, de imprevistos o de asuntos imposibles de controlar, y aunque parezca que siempre hay una solución o nos cobija la certeza no siempre ha sido así.
Hay herramientas que ya se van cargando en el morral y que nos acompañan en esta batalla, una de ellas es el desapego, saber cuándo soltar una imagen para que acompañe la escena, cuándo como Director de Fotografía renunciar a seguir puliendo o “embelleciendo” un cuadro que posiblemente no necesita ya nada más; esa dosis nadie la sabe, nadie la podría enseñar en ninguna escuela o universidad, claramente se siente; en mi caso creo que se ha ido forjando en otras disciplinas como la foto fija y la academia, por esto en los últimos años, reconozco y tomo la decisión de soltar con menos dolor, desde la posición de la cámara y desde cómo intervienen las luces en un espacio.
No es nada fácil, tiene mucho más de corazón que razón, de angustia y desvelo, de ilusiones de claridad; todo esto vertido en cada decisión y en cada plano, parece agotador y lo es, pero ver el resultado final en pantalla me sobrepasa todavía, me conmueve y me llena de agradecimiento con cada uno de los que creen y me acompañaron en esta aventura. Gracias.
Seguro muchos verán Lavaperros en teatros y entenderán estas líneas y estas reflexiones.
¡Que la disfruten tanto, como nosotros al rodarla!